La convicción de que el capitalismo está amañado para beneficiar a los ricos y perjudicar a los trabajadores ha determinado la forma en que millones de personas ven el mundo y deciden por quién votar y de quién quejarse. Ha sido la base de proyectos políticos de izquierda y derecha, desde el intervencionismo de Joe Biden hasta el populismo de Donald Trump. ¿Pero acaso es cierto?

Con todo y que se ha intensificado la desconfianza hacia el libre mercado, ahora hay menos evidencia de que la desigualdad en el mundo rico vaya en aumento. Las brechas salariales se están reduciendo. Desde 2016, los ingresos semanales reales para los menos beneficiados en la distribución de sueldos en Estados Unidos se han elevado a un ritmo más acelerado que los de aquellos que ganan más.

Desde la pandemia de COVID-19, esta compresión salarial ha acelerado a toda máquina; según un cálculo, incluso ha logrado revertir un extraordinario 40 por ciento de la desigualdad salarial antes de impuestos generada durante los 40 años anteriores. Estamos en plena bonanza de la clase obrera.

Del otro lado del Atlántico, estas tendencias están más bien en etapa naciente, pero no dejan de ser evidentes. En el Reino Unido, el crecimiento salarial ha sido más sano en la sección inferior del mercado laboral; en Europa continental, los convenios salariales incorporan aumentos más considerables para quienes reciben menores ingresos. También se han cuestionado las tendencias observadas durante mucho tiempo en la desigualdad.

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Hace una década, el economista francés Thomas Piketty se volvió un personaje famoso por sostener que se había incrementado. Ahora se le da cada vez más peso a las investigaciones que revelan que, después de impuestos y transferencias del gobierno, la desigualdad en ingresos en Estados Unidos apenas se ha elevado desde la década de 1960.

Todo esto puede causar desconcierto, en particular en vista de que el precio que pagamos por la comida y la energía se ha elevado a una velocidad inusual. La idea de que los trabajadores sufren en el mundo actual está tan arraigada que afirmar lo contrario es casi una herejía; las investigaciones sobre desigualdad que sostienen lo contrario han dado pie a un acalorado debate entre los economistas.

Para comprender qué pasa, quizá sea útil considerar que la bonanza de la clase obrera no solo es un artefacto estadístico, sino que también tiene una lógica intuitiva. Tres fuerzas que definen los mercados laborales (la demanda, la demografía y la digitalización) han cambiado a favor de los trabajadores.

Un ejemplo es la demanda. Tras la inactividad de la inflación a mediados de la década de 2010, la Reserva Federal de Estados Unidos decidió sobrecalentar la economía con la esperanza de ayudar a poner a trabajar a más personas. Luego, después del brote de COVID-19, los gobiernos del mundo rico abrieron sus carteras.

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Este año, la pandemia es solo un recuerdo, pero Estados Unidos no ha dejado de registrar déficits de dimensiones que por lo regular solo se ven durante tiempos de depresión o guerra. En consecuencia, la demanda de trabajadores se ha mantenido elevada a pesar de que los bancos centrales elevaron las tasas de interés.

Esta mayor demanda ha coincidido con una oferta restringida debido a cambios demográficos. En 2015, concluyó un prolongado dividendo demográfico global con un tope en la población en edad de trabajar en China. En el mundo rico, la principal población activa crece al ritmo más bajo registrado en la historia y se espera que comience a bajar para finales de la década.

Esto refuerza la contracción en los mercados laborales. La tasa de desempleo en el mundo rico, ubicada por debajo del cinco por ciento, registra bajas históricas, y la tasa de empleo de las personas en edad de trabajar en más de la mitad de los países de la OCDE se aproxima a un tope histórico.

A medida que se reduzcan las poblaciones, es probable que las brechas en la fuerza de trabajo se amplíen tanto que será difícil imaginar que los políticos admitan suficientes inmigrantes para cubrirlas.

Entre tanto, los cambios en la digitalización han provocado que cambien los grupos más beneficiados en el mercado laboral actual. A finales del siglo XX, la revolución de la información causó un enorme incremento en la demanda de egresados universitarios inteligentes y con habilidades computacionales. Desde Wall Street hasta Walmart, estas estrellas se pusieron a trabajar y transformaron la manera en que las empresas hacían negocios, aprovechando herramientas nuevas como el correo electrónico y las hojas de cálculo.

Sin embargo, para mediados de la década de 2010 la revolución había madurado y comenzó a encogerse la prima asociada al salario de los universitarios. En 2015, en el mundo rico, el trabajador promedio por lo menos con estudios de licenciatura recibía un salario dos terceras partes mayor que el del egresado de preparatoria promedio; cuatro años después, la brecha se había reducido a la mitad.

Según un cálculo, la prima universitaria para los egresados de posgrado blancos nacidos en Estados Unidos en la década de 1980 ha sido menor que la que recibían los nacidos en las cinco décadas anteriores.

Parece que la inteligencia artificial generativa reforzará esta tendencia igualadora. Las primeras investigaciones indican que los bots de IA impulsan más la productividad para los trabajadores con el menor desempeño, lo que ayuda a los rezagados a alcanzar a quienes van al frente.

Además, hasta que la robótica madure, es posible que la IA aumente el valor del tipo de tareas que solo pueden realizar los seres humanos, como el trabajo manual u ofrecer apoyo emocional.

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Esta edad de oro apenas inicia, por lo que es posible que sea vulnerable. Un peligro es que surja una recesión y baje la demanda de trabajadores. De ambos lados del Atlántico, los mercados laborales han dado señales de ralentización. En una desaceleración económica, quienes reciben salarios más bajos por lo regular sufren más. Otra amenaza es que los gobiernos la exterminen.

La política industrial del presidente Joe Biden es muy reciente para haber causado la bonanza de la clase obrera. De hecho, dada la abundancia de oportunidades y la tendencia al alza de los salarios, no tiene caso gastar el dinero de los contribuyentes para promover empleos en el sector manufacturero. El riesgo de la protección y las dádivas es que la economía se haga menos productiva y más esclerótica, lo que causará que todos reciban un botín más pequeño.

Pensamiento creativo

Si perdura la era de la clase obrera, su efecto será profundo. La idea de que el capitalismo es negativo para los trabajadores está tan difundida que quizás explique por qué las personas no dejan de decirles a los encuestadores que no están conformes con el estado de la economía, con todo y que no dejan de gastar sin reservas y la tasa de desempleo es baja.

Esta idea ha moldeado la percepción en todas las áreas, desde los peligros de la inmigración y los fabricantes de bajo costo hasta el atractivo de más apoyos financieros y gravámenes más elevados.

No obstante, la bonanza para los trabajadores muestra que los gobiernos no necesitan restringir los mercados para que a los trabajadores les vaya bien y que la mejor opción para que todos prosperen es inflar el pastel económico. Si peleas demasiado por la distribución, corres el riesgo de ponerle un fin prematuro a la era de oro.

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