Son de diverso grado las reacciones de sectores alrededor del veredicto emitido por la justicia de Estados Unidos contra Antonio Hernández, hermano del mandatario Juan Orlando Hernández.

Unos, han salido a la palestra a exigir la salida del poder de Hernández, a quien asocian con una supuesta conspiración que ha llevado a Honduras a convertirse en un "narco-Estado", según sus "apuradas" y "temerarias" reflexiones.

Otros, han externado su pronta respuesta en defensa de la actual administración y aseverado que el fallo de la justicia estadounidense se deriva de una presunta maquinación de criminales, alimentada al calor de odio y venganza.

Era previsible que de este caso histórico se iban a desprender situaciones riesgosas para nuestro país que no necesariamente están vinculadas con el impacto mediático de una sentencia contra un político de figuración de primer plano por tratarse de un pariente cercano al mandatario.

Las repercusiones van más allá. Es que la gobernabilidad de esta nación y la integridad de nuestra institucionalidad pueden colapsar y ser puestas en peligro si prosperan los propósitos de los grupos interesados en conducirnos a una nación fallida.

¿Hay que reconstruir el Estado de Honduras? Hay que fortalecer nuestro basamento lega. ¿Tocamos fondo? De ninguna manera. La eventualidad a la que nos abocamos es propia para que todos los buenos hondureños nos integremos en un gran frente de defensa de nuestro Estado de Derecho, de la impartición de justicia pronta, de la transparencia, la rendición de cuentas y del bienestar para toda la población.

Es un tiempo para capitalizar nuestras fortalezas y de trabajar con firmeza y compromiso contra los perversos anticuerpos que coexisten con quienes amamos y anhelamos mejores derroteros para este país.

Cada uno, desde la posición que nos corresponde, tenemos encomendada la misión de construir la nueva Honduras en un clima de justicia, equidad, y prosperidad.

Nos corresponde, entonces, ser hacedores del bien común, promotores de la paz y representantes de una genuina vocación democrática que siempre nos ha caracterizado a los hondureños.

¡Reflexionemos sobre los deberes que nos son dados para con nuestro país! Esto significa, lisa y llanamente, no dejar el destino del país en manos de aquéllos que, tristemente, se han consumado como abanderados de la anarquía, de la violencia y del sectarismo.

¡Que se impongan la sensatez, el interés común y los grandes compromisos con Honduras por encima de la polarización destructiva!