Víctimas inocentes son el 60 por ciento de la población que busca acceso a servicios de calidad y una atención humanitaria en el agonizante sistema de salud público de Honduras.

Es un verdadero drama el que viven en “carne propia” los pacientes que urgen ser recibidos en los centros de salud y en los hospitales del Estado.

De sobra sabemos que el personal médico, de enfermería y técnico especializado no es suficiente para cubrir la demanda de la población nacional, en su mayoría enferma; tampoco hay medicinas ni insumos, a lo que se agrega un dato patético: la acumulación de una mora de más de 30,000 cirugías.

Todos estos datos pasan inadvertidos para el ministro, José Manuel Matheu, el funcionario que se sale de sus quicios cada vez que se le piden cuentas del porqué del desastre del sistema de salud.

Hace unos días, el cuerpo de pediatras del Hospital Escuela realizó un plantón, con el fin de hacer manifiesta la calamidad de las salas de internamiento infantil de la principal institución sanitaria.

No borramos de la memoria que hace unos meses el plantel de facultativos del Hospital El Tórax de Tegucigalpa salieron a exponer sus denuncias sobre las carencias graves de dicha institución, a las que -finalmente- el secretario de Estado restó importancia y atribuyó a la inventiva de los quejosos.

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La desgracia no es simple, porque siguen sin operar la mayoría de los quirófanos del Hospital Escuela, y hasta hace poco no funcionaba el equipo especial para la aplicación de radioterapias a los pacientes oncológicos del Hospital San Felipe.

En el resto del país las condiciones en que funcionan los sanatorios del Estado son miserables, desde el desabastecimiento de medicinas, insumos y equipo en mal estado, pasando por la infraestructura que literalmente se cae “a pedazos”.

Los hondureños más necesitados no tienen esperanza de gozar de una atención humanitaria ni solidaria en nuestro aparato asistencial público. La precariedad es de gran dimensión; nuestros semejantes fallecen en el abandono en un sistema de salud agónico por sí mismo.

El sistema de salud no había estado en tal podredumbre, ni sometido a los choques entre los sindicalistas y los Colectivos de Libre, o dominado por el ostracismo y la intolerancia del ministro, enemistado con todos los sectores, incluidos sus compañeros de bancada legislativa.

Nuestro aparato sanitario está en coma y sin posibilidades de recuperación. El clamor de los enfermos no ha tenido eco; más bien, su situación empeora en tanto el Gobierno no se actúa con oportunidad ni eficacia.

Que la justicia se haga para los hondureños afectados por todo tipo de enfermedades, sin acceso a una atención digna, humanitaria y especializada; y por lo demás, lacerados por la indiferencia de quienes tienen el deber de garantizar salud de calidad para todos.

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