Es evidente que la epidemia del dengue nos ha tomado de nuevo desarmados, desprevenidos y en medio de una de las peores crisis del sistema sanitario público.

No contamos con una política pública en materia sanitaria para enfrentar la emergencia que ya nos deja cerca de 40 fallecimientos y un número desbordado de casos que posiblemente sobrepasa los 25,000.

Pese a que los especialistas y los directivos del Colegio Médico se habían anticipado a advertir que estaba por venir lo peor y que era imperativo tomar las disposiciones oportunas, las autoridades hicieron caso omiso; en sentido contrario, se enclaustraron en sus caprichosos criterios.

Los burócratas que dirigen la cartera ministerial de Salud desoyeron las propuestas presentadas por los epidemiólogos y, más bien, atizaron sus diferencias con el gremio médico.

Una de sus más recientes decisiones es la prohibición para que los especialistas ofrezcan información sobre la emergencia. Los únicos autorizados son los jefes de comunicación de las Regiones Sanitarias y de los hospitales.

No ha sido hasta que el sistema sanitario colapsó por la exagerada multiplicación de diagnósticos positivos de dengue que el estado de alerta sanitaria entró en vigor.

Aun y cuando estamos bajo esta contingencia, no observamos acciones articuladas e inclusivas que sean consecuentes con la gravedad de la epidemia causada por la infección viral.

El dengue se ha ensañado este año, especialmente con los niños. La mayoría de los decesos por esa infección viral se han reportado precisamente entre la población de menores.

La peste es de tal magnitud que en los días recientes han sido ingresados en el Hospital Escuela de esta capital hasta dos contagiados por cada casa de habitación.

La mitad de los pacientes que han dado positivos por dengue están en Francisco Morazán, pero los departamentos de Copán, Yoro, Atlántida, La Paz y Cortés también muestran un incremento inmoderado de estos cuadros.

La epidemia del dengue tiene un comportamiento atípico y amenaza con incrementar la vulnerabilidad de la población ante el vector que transmite la infección.

Los médicos nos han alertado que el período junio-agosto será crítico, en virtud que en el país circulan los cuatro serotipos del virus, un motivo más que válido para intensificar las intervenciones y evitar que más pacientes sucumban ante el dengue.

Todo dependerá de que las autoridades de Salud salgan de su enclaustramiento y actúen a tiempo. Esto implica conformar grupos de análisis, monitoreo y elaboración de estrategias de atención a la población.

Ya experimentamos en el reciente pasado brotes violentos de dengue que nos han dejado como saldo centenares de pacientes fallecidos. No hemos aprendido de esas lecciones amargas.

¿Por qué seguimos tropezando en la misma piedra, en lugar de configurar una política sanitaria que contemple acciones oportunas y planificadas frente a las emergencias sanitarias como la que ahora nos tiene de rodillas?