Ya se nos había advertido que la pandemia se saldría de control si no eran implantadas a tiempo las medidas para robustecer el sistema sanitario público y crear conciencia entre la población sobre el enemigo mortal que nos abate.

El Gobierno actuó con letargo, muy a pesar de que tuvimos un margen de tres meses para preparar la ofensiva contra el covid y evitar que todo se desbordara como finalmente aconteció.

En este punto de la crisis sanitaria, un segmento de médicos especialistas, apoyados por un sector de industriales y algunos funcionarios edilicios de los departamentos más afectados, impulsan una fuerte campaña encaminada a cerrar completamente la economía por un período más.

Cuando colocamos en una balanza las oportunidades y amenazas frente a los embates del covid, un primer punto sobre el que es prudente reflexionar es que, en este avanzado tramo epidemiológico, no podemos revertir la curva.

Un nuevo confinamiento no tendría los resultados que plantean sus promotores en términos de doblegar la peste y evitar que más vidas sean cobradas por el mortífero patógeno.

Bien claro lo han expuesto los conocedores de modelos matemáticos aplicados a la epidemiología. La diseminación del virus ya no puede ser detenida, porque se volvió comunitaria.

Los responsables de la gestión de riesgos se cruzaron de brazos en el momento que era conveniente intervenir y la estructura gubernamental hizo prevalecer la improvisación.

Si es decretado un nuevo encierro o se prolonga la paralización de la economía, en un intento por contener la propagación del patógeno, los efectos serían más perniciosos y menos favorables.

Con toda la razón, amplios sectores de la población imploran para que se les permita retornar a sus actividades e integrarse a la nueva normalidad. Y es que, en un país en abismal subdesarrollo como es el caso de Honduras, no podemos condenar a “morir de hambre”, a unos; ni lanzar a las filas de la pobreza, a otros.

La solución ante la crisis derivada de la pandemia no está en enclaustrar a la población. Al cabo, lo que se ha logrado durante todo este período de cuarentena es un mayor grado de contagio en barrios y colonias donde la generalidad de sus habitantes ha salido desaforadamente de sus casas para participar en todo tipo de actividades de convivencia social que se supone están prohibidas, en una manifestación de inconciencia e irresponsabilidad.

Ante la emergencia que vivimos, la respuesta no radica en detener el funcionamiento del aparato económico. Más bien, deberíamos estar ocupados en la construcción de una estrategia para imprimirle mayor dinamismo a la generación de riqueza y de empleos.

Lejos de contener la pandemia y de enviar señales de alivio en el estado excepcional por el que cruzamos, lo que se está propiciando es la destrucción de la economía hondureña.

Sí es una primera necesidad abrir más centros de triaje, fortalecer los hospitales y los centros asistenciales del sector público, además de capitalizar la gestión de riesgos, a efecto de que la población tenga acceso a los servicios de salud, más todavía cuando el covid amenaza con toda su fuerza letal.

Pero también es esencial que la economía no siga en el marasmo, porque la convulsión social que se nos avecina si no corregimos el rumbo extraviado que llevamos, resultará peor que la pandemia. ¿Destruir la economía y morir de hambre? ¡No!