El tiempo está llegando a su fin. Honduras está a punto de vivir el “Día D” de la pandemia covid-19 que los expertos han marcado para la primera semana de mayo.

Los médicos que se han ocupado de elaborar los modelos matemáticos y esquemas de probabilidades sobre la evolución de la plaga, dicen que todo dependerá de lo que se realice o se deje de hacer en las próximas dos semanas.

Los vaticinios son los peores. El país se aproxima a los cinco centenares de casos positivos, tal y como está señalado en los estudios elaborados por médicos e investigadores.

De acuerdo con esas líneas epidemiológicas trazadas, la semana entrante Honduras tendría confirmadas 800 personas infectadas con el nuevo virus y para finales del mes, esta cifra subiría a mil.

A inicios de mayo, se pronostica que llegaría el “Día D” en el que se alcanzaría una suma entre 1,300 y 1,400 enfermos. Desde esta fase sería imposible retroceder, porque los cuadros se elevarían exponencialmente.

El diagnóstico no es bueno. Un escenario pesimista o “apocalíptico” se avizora si se toman como puntos de partida las flaquezas que ha presentado el abordaje de la pandemia.

Uno de tales aspectos es la falta de pruebas de diagnóstico en tiempo real. Hasta ahora, Honduras aplicó un poco más de 2,000 test, mientras en otros países ese número ha sido superado en un solo día, lo que les ha permitido definir un mejor tratamiento de la crisis.

La falta de especialistas y personal de salud es otro de los hoyos negros en la lucha contra la plaga. Por demás está decir que esta primera línea de defensa ha trabajado sin los insumos necesarios y atendido a los enfermos con Covid sin el equipo de bioseguridad obligatorio, porque la entrega de los mismos ha sido tardía.

Apenas ayer se dio a conocer que el equipo de bioseguridad en existencia en el Hospital Escuela de Tegucigalpa, únicamente es suficiente para dotar al personal especializado durante los próximos diez días.

Las autoridades de dicha institución han hecho un llamado de alerta, pues aseguran que dicha indumentaria tiene un costo estratosférico, casi imposible de adquirir.

Lo que se presagia es una situación fatal. Los médicos, enfermeras y técnicos en diversas disciplinas asistenciales se infectarán con el nuevo virus por la falta de protección adecuada en la etapa más crítica, cuando los hospitales estén saturados.

Un dato que anticipa lo peor es que el índice de mortalidad se sitúa entre ocho y diez por ciento, el más alto de toda América Latina la cifra más baja de pacientes recuperados.

La amenaza está puesta particularmente sobre la población joven que hasta el momento es el grupo más afectado, los adultos mayores,  quienes tienen enfermedades crónicas como diabetes, hipertensión, insuficiencia renal; además, las embarazadas y los pacientes con cáncer.

¿Qué ocurrirá, entonces, cuando llegue el “Día D”, en un país donde la población tampoco ha entendido en toda su magnitud que la peste es grave, que puede causar una tragedia y cobrar decenas de miles de muertos si no se actúa ya?