Las noticias no son nada halagüeñas para el corte de este año. Las presiones políticas tienen una incidencia muy nociva sobre las perspectivas económicas de nuestro país.

Y esto es peligroso. Debería llamar a tomar acciones inmediatas, adscritas a una estrategia de respuesta a la crisis y no a darle pábulo a discursos fragmentarios, ni compromisos bulliciosos o pactos maquillados.

No tiene precedentes la etapa de dificultades por la que transita la economía nacional. El Producto Interno Bruto no crecerá más de 2.5 por ciento, las exportaciones han disminuido en más de 15 por ciento y los rubros clave para la generación de riqueza, como la agricultura y la construcción, entraron en un marcado debilitamiento.

Las únicas actividades que han mostrado una modesta subida son la financiera y el suministro de agua y de energía, lo que tampoco representa un mayor cambio cualitativo en la economía nacional.

En lo que ha corrido de este año, sólo en Francisco Morazán y en Cortés han cerrado 3,500 micro, pequeñas y medianas empresas por el adverso clima para las actividades desarrolladas por estos emprendimientos en sus diversos giros.

Los desfavorables signos que presenta la economía hondureña ha desembocado en una verdad perturbadora: La emigración de negocios formales hacia el sector de la economía irregular se ha elevado en aproximadamente 50 por ciento en los dos últimos años.

No hay espacios para la expansión de emprendimientos, tampoco existen márgenes para la creación de empleos y los obstáculos tributarios son cada vez más pesados para conservar los empleos existentes.

La zozobra política y la inestabilidad institucional no facilitan para nada la llegada de inversión, cuyos montos se han venido abajo este año en un 40 por ciento.

No puede ser menos que condenable que, pese a la agudización de la pobreza, de la pérdida de oportunidades laborales y del retroceso de la economía, los ingresos tributarios sean drenados hacia el gasto corriente del Gobierno.

Esta relación inversa a las prioridades del país, ha hecho que se amplíe la brecha entre los ingresos y los egresos, que crezca la deuda pública y se profundice el deterioro de las condiciones sociales de la mayoría de la población que vive en la discriminación.

Para reducir la pobreza y derramar el bienestar sobre las mayorías necesitadas, la economía hondureña tendría que crecer por encima del seis por ciento por al menos dos décadas consecutivas.

Pero no se está procediendo en consecuencia con este cometido para crear un entorno favorable a los negocios, generar riqueza y construir prosperidad para los marginados, que son los más en Honduras.