Es difícil entender por qué los malos tratos contra las mujeres, la violencia doméstica y los abusos en perjuicio de los niños, han recrudecido  en este tiempo difícil considerado como “principio de dolores”.

La violencia de género e intrafamiliar es un fenómeno enraizado en nuestra sociedad, pero el confinamiento en que nos encontramos por causa de la pandemia ha influido en el alza inmoderada de tales manifestaciones.

¿Acaso no debería de ser aprovechado este momento de emergencia y  de “calamidad” para reflexionar sobre la unidad en nuestros hogares y la coexistencia pacífica de la familia hondureña?

Resulta que no es así. Apenas el viernes nos hicimos eco en HRN de una lamentable información referida a un despiadado hombre que asesinó a su pareja con un hacha y luego se dio a la fuga. ¡La historia de siempre!

Las estadísticas reflejan que seis de cada diez feminicidios son cometidos por los cónyuges o la pareja sentimental de las víctimas; además, revelan que cada 23 horas una mujer muere en forma violenta en Honduras.

Nuestro país se ha convertido en un territorio donde las mujeres son criminalizadas, con una tasa de feminicidios de cinco por ciento por cada cien mil habitantes y, para colmo, una impunidad que supera por mucho el 90 por ciento.

En general, el delito de violencia familiar es uno de los más comunes en nuestro medio. Literalmente, la mayoría de nuestras familias vive un infierno manifestado por el atropello ejercido en menoscabo de sus miembros.

Entre marzo y abril, justamente el período en que ha estado en vigor el toque de queda, las autoridades han conocido cerca de 3,000 denuncias de violencia doméstica e intrafamiliar y fueron ejecutadas alrededor de 500 detenciones por la comisión de tales ilícitos.

Los excesos, incluidos los delitos sexuales en contra de los niños, son –igualmente- un retrato de la conducta enfermiza que se impone en nuestra sociedad y que se ha intensificado en estos días que corren.

Las cifras confirman esa abominable realidad: Nueve de cada 10 denuncias por abuso sexual involucra a menores de edad. El drama es más grave, porque se estima que por cada niña o niño que denuncia su caso, hay tres más que guardan silencio por temor a peores consecuencias.

Los vejámenes cometidos en el interior de los núcleos familiares, en detrimento de las mujeres y en deshonra de los menores, son –sin duda alguna- las expresiones más bajas de la conducta de los seres humanos.

Quienes sufren estas aberraciones piden, a voz en cuello, que se haga justicia y que se privilegie el respeto a la dignidad de las personas, más aún en este momento de urgencia, que debería de llamarnos a la meditación y a un examen interior.

El razonamiento y la tolerancia jamás deben ser desplazados por la violencia. Ocurre que la crueldad, las agresiones y la ferocidad, son testimonios de miseria humana que tienen que ser extinguidos de nuestros códigos de convivencia en cuarentena.