Las escenas horrendas en las cárceles ponen en precario la imagen de Honduras que, ante dicha eventualidad, se consolida como un país donde se violentan los derechos humanos de los privados de libertad en sumo grado.

¿Acaso la conclusión de toda esta historia es que ningún hondureño tiene garantizada la preservación de su vida, aún en los reclusorios o centros de internamiento para menores infractores?

Ésta es la gran interrogante que las autoridades no han podido responder ni justificar sin tambaleos. Son un fracaso total todas las acciones que en el pasado y en el presente se han puesto en vigor para tomar el control de las cárceles.

En lo que ha transcurrido de este año, casi medio centenar de privados de libertad han sido ultimados en los presidios, un hecho que no tiene antecedentes y que desnuda el canibalismo engendrado en dichos establecimientos.

Siempre hemos sabido que las cárceles se convirtieron desde hace muchos años en catedrales del crimen, nichos donde se trasiega con las armas y la drogas y en sedes de operación de los grupos delictivos.

El hacinamiento, la mora judicial y la colusión entre autoridades y agrupaciones del crimen organizado, son los factores que primordialmente han incidido en el entorno salvaje que prima en el sistema penitenciario.

Condenable resulta, ciertamente, la debilidad mostrada por el Gobierno y por las fuerzas élites que han relevado a los ineficientes comisionados del Instituto Nacional Penitenciario, más allá del supuesto y perverso boicot de los criminales para evitar que se ponga orden en la administración del aparato de reclusión.

Para recobrar el control en los reclusorios se requiere de acciones que trasciendan las medidas aisladas que han sido puestas en vigor para reducir la sobrepoblación, disminuir la mora judicial y emprender una política de reinserción de los convictos.

¿Blindar las cárceles otra vez? Por sí sola, esta opción no producirá el saneamiento de tales recintos, donde el caos es el orden del día. Son necesarias medidas más integrales para rescatar y depurar el putrefacto y errático sistema de privación de libertad.

¡Que no siga corriendo más sangre en las prisiones de Honduras, porque es una aberración que no puede ser tolerada!