La mediocridad está por encima de la calidad educativa.

Son muchos los casos que podríamos mencionar como ejemplos para darle vida y sustento a esta premisa sobre el rendimiento de los estudiantes en todos los niveles de instrucción.

Honduras no ha avanzado un solo ápice como lo demuestran las evaluaciones que otorgan un vergonzoso promedio de 51 por ciento en español y una raquítica calificación de 46 por ciento en matemáticas.

Nuestros estudiantes se han ajustado al menor esfuerzo, a la facilidad académica y ala mediocridad de nuestro aparato de enseñanza-aprendizaje.

Los niños y jóvenes hondureños son el producto de un sistema educativo minusválido y obsoleto, porque ya quedó rebasado en sus propósitos hace más de medio siglo.

Los resultados obtenidos por los educandos son, igualmente, una consecuencia del pobre papel de los docentes como facilitadores en el aula de clases, la desconexión entre los planes de estudio, los rudimentarios programas de evaluación y, en general, del desfavorable contexto socio-económico en que sobreviven nuestros niños y jóvenes.

Para lograr un cambio drástico en la calidad de la enseñanza, precisamos de una reforma integral del modelo de educación en su contenido curricular, desarrollo de competencias, rendimiento de los estudiantes y formación y desempeño docente.

El Poder Ejecutivo anunció desde hace varios años una reforma sustancial encaminada a organizar y modernizar el sector de la enseñanza-aprendizaje. El discurso es viejo. Nunca ha sido llevado a su plano de aplicación efectiva, ni en anteriores ni en la presente gestión.

Honduras debe poner en marcha un modelo de transformación en el que tengan participación activa todos los actores del sistema, de manera que cada uno retome sus responsabilidades: El gobierno en su deber de replantear las políticas educativas; los alumnos desde sus capacidades de razonar y analizar contenidos; los maestros como creadores de planes y proveedores de herramientas del conocimiento; y los padres de familia en su calidad de vigilantes y ayudadores de la formación de sus hijos.

Los retos son diversos y difíciles. El primer paso será ajustar los programas educativos conforme lo exigen las competencias del mundo de hoy y en concordancia con lo que demanda la sociedad del conocimiento.